Por Sandy Mercedes
Las sociedades comienzan a sentir la necesidad de cambios
cuando sienten que las oportunidades desaparecen y que la corrupción, protegida
por un manto de impunidad que la clase dirigente acepta como un compromiso, se
convierte en la norma de la vida pública.
En los años recientes, hemos presenciado ese fenómeno en
muchos países del continente, con resultados desastrosos para la práctica democrática.
Los pueblos como los niños
El ejercicio del poder ha dejado de ser en nuestros países
un deber se servicio publico para transformase en un trampolín social y un
camino directo y corto para el enriquecimiento.
A ese ritmo, las estructuras sobre las que funciona el
sistema democrático dominicano caerán en pedazos mucho antes de lo que uno
pueda siquiera imaginarse.
Los pueblos como los niños, tienden a imitar los modelos, y
otras sociedades, a un penoso y alto costo, han echado a rodar todo aquello que
alguna vez represento la presunta causa de sus males y dolencias.
En nuestro país, embriagados por las exquisiteces del poder
y las ventajas personales que lleva consigo, los gobiernos han dejado a un lado
sus obligaciones elementales de transformar la vida de la gente y se han
convencido de que la preservación de la pobreza y los elevados signos de marginación existentes, son una solidad garantía de su
vigencia política.
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