Por Sandy Mercedes
Para desgracia del periodismo, algunos
propietarios de medios electrónicos tal vez ignoren que, a despecho de lo que
diga la ley, ellos son moralmente responsables de cuanto se diga o haga en sus
estaciones de radio o televisión.
Que las
ofensas y alegres insinuaciones que frecuentemente se lanzan sobre honras
tranquilidades hogareñas tienen su precio.
Que si
bien la popularidad que esa obscena practica genera produce por un tiempo mucho
dinero, en algún momento se transforma en descrédito y rechazo.
En definitiva,
que nadie es tan tonto para creer que esas cosas suceden sin el consentimiento
o visto bueno de sus dueños o empleadores.
Lo peor
de todo, este fenómeno es que las permanentes competencias de vulgaridad que por
algunos medios se escuchan y ven, están creando modelos y pautas en el oficio periodístico.
Y que
muchos jóvenes talentos, y otros que no lo son, han visto en ello una vía fácil
de alcanzar metas, desdeñando el buen decir y la ecuanimidad que tanta falta le
hacen a una sociedad dominada por el afán desmedido de lucro y fama.
Además, permitir que esas atrocidades se originen en horas impropia es algo intolerable, por
el daño irreparable que supone.
La responsabilidad
principal, a mi juicio, no reside en los autores de tales propósitos, sino en los
dueños de medios o empleadores que permiten esas cosas.
No alcanzan
a darse cuenta de que el poder e influencia política proveniente del crecimiento
de la popularidad de sus medios, es ficticio y que un día podría volverse en contra
de ellos.
Es por demás
sumamente patético escuchar una cuña de una empresa de prestigio a continuación
de una de esas palabrotas con que algunos programas se van a pausa comercial.
En muchos
países, los ciudadanos se cobran esos excesos dejando de adquirir las marcas que
los financian.
No estamos
tal vez muy lejos del día en que esos también ocurra entre nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario