sábado, 25 de febrero de 2012

Entre sudor, ropa nueva y usada, entre prendas a diez y a veinte pesos, el pobre y el rico convergen

LA ROMANA REP DOMINICANA
Por Sandy Mercedez


Es Viernes el sol es­ta­ba ocul­tán­do­se tras una nu­be, pe­ro es­ta­ba igual­men­te can­den­te y si­len­cio­so, re­gio. Ini­cia­mos el re­co­rri­do des­de el Mercado Mu­ni­ci­pal, iba en com­pa­ñia de Guillermo santana, que­ria­mos dis­fru­tar de la aven­tu­ra del Mer­ca­do de Pul­gas del Barrio George en el que ca­da Viernes  to­do se ven­de y se com­pra.

El tra­yec­to se ini­cia con el pre­gón del fun­de­ro que pro­me­te “dar fun­da” pa­ra “echar de to”. Al prin­ci­pio es la ro­pa in­te­rior, la nue­va y los cos­mé­ti­cos, des­pués va­mos des­cu­brien­do el te­cho in­ter­mi­na­ble de lo­nas azu­les, ten­sa­das al vien­to pa­ra desa­fiar el sol. Aquí to­do se ven­de y to­do se pro­cu­ra, pa­ra usar el baño no  hay  y pa­ra pro­bar­se una ropa no hay que ha­cer­lo, por­que ro­pa y to­do lo de­más se prue­ba a la in­tem­pe­rie, ca­da quien en su pú­bli­ca in­ti­mi­dad.

Los ca­tres y las ca­mio­ne­tas se con­vier­ten en ex­hi­bi­do­res y un ma­ni­quí de­ca­pi­ta­do me mues­tra un vie­jo atuen­do que al­guien pro­cu­ra.

 Aque­llos hom­bres es­tán con­cen­tra­dos, en una ru­le­ta. No mi­ran más que las pa­pe­le­tas que se ad­hie­ren a la ca­be­za de un re­fres­co co­lo­ra’o. Allá hay un pi­so ta­pia­do de hi­los de mil co­lo­res y un es­tan­te de li­bros don­de me aper­sono y re­ga­teo el pre­cio de cua­tro que ter­mino lle­ván­do­me. Ahí hay de to­do y to­do el mun­do es­tá en lo su­yo. 

Unos ven­den, otros com­pran, otros se prue­ban, otros en­cuen­tran lo que bus­can: ves­tir­se y cal­zar­se con che­les, pe­ro man­te­nien­do la bue­na mar­ca.

Hay que abrir­se pa­so en­tre la gen­te y en­tre los mon­to­nes de ro­pas y za­pa­tos. Las ne­gras es­tán so­bre la ro­pa, de pie o acos­ta­das, al es­ti­lo de Las Ma­jas de Fran­cis­co de Go­ya.

 Hay mil pre­go­nes que me atur­den y me ofre­cen “de to”. Mis ojos se lle­nan de mer­can­cías di­ver­sas. Es el úni­co lu­gar don­de un pan­ta­lón de mar­ca y un pe­da­zo de chi­cha­rrón se ex­hi­ben jun­tos; con­ver­san y se ha­cen ín­ti­mos. Na­die pa­sa ham­bre por­que en­tre la ro­pa y los za­pa­tos es­tán las ofer­tas de ali­men­tos y be­bi­das, a do­mi­ci­lio.

En­tre su­dor, ro­pa nue­va y usa­da, en­tre pren­das a diez y a vein­te pe­sos, el po­bre y el ri­co con­ver­gen, unos en la os­cu­ri­dad de la ma­dru­ga­da; otro en el so­fo­can­te me­dio­día, pe­ro to­dos van.

El pi­so no se ve, to­do se ven­de, to­do es­tá re­ple­to de ro­pa de gen­te que no es­tá, que vi­ve o que mu­rió, que la do­nó des­de un le­jano pri­mer mun­do pa­ra los po­bres que vi­ven en los paí­ses del ter­cer mun­do. Ro­pas de me­mo­rias per­di­das que aho­ra se ven­den al son de un pre­gón ca­ri­be­ño.
Blancoynegro04.blogspot.com

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